Toda la desbordante imaginación de Luc Besson, algunos despropósitos y mucha voluntad de credulidad -empieza con pretensiones serias para volverse disparatada- se dan cita en esta delirante superproducción francesa que fue vapuleada por la crítica, cuando no es sino una gozosa invitación al desenfreno. Hoy en día ha quedado tremendamente anticuada -culpa de un diseño de producción demasiado 'cutre-kitsch'-, pero en su día tuvo legión de fans. Lo que no envejece es ver a Bruce Willis en estado puro.